EL ROMANCE DEL BARDO
Yo estaba proscrito de la vida. Recataba dentro de mí un
amor reverente, una devoción abnegada, pasiones macerantes, a la dama cortés,
lejana de mi alcance.
La fatalidad había signado mi frente.
Yo escapaba a meditar lejos de la ciudad, en medio de
ruinas severas, cerca de un mar monótono.
Allí mismo rondaban, animadas por el dolor, las sombras
del pasado.
Nuestra nación había perecido resistiendo las correrías
de una horda inculta.
La tradición había vinculado la victoria en la presencia
de la mujer ilustre, superviviente de una raza invicta. Debía acompañarnos
espontáneamente, sin conocer su propia importancia.
La vimos, la vez última, víspera del desastre, cerca de
la playa, envuelta por la rueda turbulenta de las aves marinas.
Desde entonces, solamente el olvido puede enmendar el
deshonor de la derrota.
La yerba crece en el campo de batalla, alimentada con la
sangre de los héroes.
José Antonio Ramos Sucre
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